Llegué a mi casa corriendo
y entré. Ya creía que había pasado todo por un día, pero si de líos se trataba
yo ese día batí todos los récords. Mi mamá me estaba esperando en la cocina y
largó un discurso mucho más pesado que el de la dire y la vice. Ahora me había
perdido por una semana la tele y la computadora y encima me mandó a la
habitación diciéndome que cuando llegara mi papá iba a charlar conmigo.
Entré a mi pieza y tenía
ganas de patear algo, o de llorar, no sé… esas raras sensaciones que tiene uno.
Abrí mi mochila.
Ahí estaba. Acomodada en
el bolsillo que normalmente uso para llevar la merienda. Era mi lengua.
- ¡¿Cómo se te ocurre
abandonarme así?! – dije cuando ya estaba en condiciones de hablar, ya que
estaba muy sorprendido.
- Y… bueno… me da mucha
vergüenza pasar al frente a dar la lección – me contestó la lengua con voz de
lengua con miedo.
Todavía hoy, cada cinco
minutos abro la boca y compruebo si la lengua sigue estando ahí.