Desde que era
adolescente quería jugar al fútbol. O desde más chico. Mi mamá siempre me dice
que le pateaba la panza unos dos o tres meses antes de salir al mundo. Mi papá
no es tan creativo: dice que todos los bebés hacen lo mismo y que lo mío no es
talento, es esfuerzo. Creo que un poco de razón tiene.
A los diez años me cruzaba a la placita de enfrente y yo solo le ganaba a tres
chicos de catorce. A los trece ya jugaba en las inferiores de un importante
club argentino. Como de golpe, se me vinieron encima cinco años más y, ya con
dieciocho, me vendieron a Europa. A España para ser más preciso.
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