De vuelta, faltando
esta vez dos minutos para el final, un compañero hace una excelente jugada por
la izquierda tirando un centro que yo cabeceo al palo más alejado del arquero.
Supe que él nunca llegaría. Se tiró con todas sus fuerzas pero la pelota entró
suavemente por el arco.
Fue el gol más importante de mi vida.
Lo festejé tanto que me dolió la garganta por días.
Cuando el árbitro decretó que se terminaba el partido la cancha fue una fiesta.
Me pasaron cosas muy fuertes por la cabeza pero creo que se puede definir con
tan solo tres palabras: “un sueño cumplido”.
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